sábado, 23 de octubre de 2010

En la cima.

Estoy otra vez, viéndome y reconociéndome exactamente en el punto que deseaba. Ruego a mi diminuta memoria que atesore este momento, como lo ha estado haciendo últimamente con la mayoría de los otros. ¿Por qué es tan fácil reconocerse infeliz? ¿Por qué no lo es darse cuenta de que todo forma parte de la pura felicidad?
Maravilloso momento, serán tal vez unos minutos, unas horas, el tiempo no tiene realmente prioridad de importancia para mí.. cuando termine, ese será el momento en el que comenzaré a buscar este punto otra vez y de eso se tratarán mis días.
Es reconfortante llegar a las cimas pequeñas de vez en cuando, da aliento para cuando se está en el pie de la montaña. La cima grande se ve inalcanzable, mas está allí esperándome, sabiendo que lo voy a lograr. Y se convierte inevitable preguntarme de dónde surge lo que creía perdido, es cuando consigo una respuesta, que no conozco y no puedo expresar, sin embargo concluye con mis dudas y me regala el indescriptible estado de sentirse en equilibrio, una vez más después de tanto tiempo.
No olvidar lo que realmente hace bien. No olvidar que eso es lo que uno mismo cree que es. No olvidar que todo concluye en un simple concepto. No olvidar que sentir, o no hacerlo, todo es vivir. No olvidar vivir.

viernes, 11 de junio de 2010

Yo.

¿Quién se para frente a mí?
No es mi rostro, pero lo reconozco.
Ha usurpado mis palabras, arrancado sin recelo mis emociones y se llevó consigo mis días.
Sin permiso fuma los segundos de una vida robada: la mía.
¿Acaso, es más fuerte que yo?
Y me pregunto... ¿Quién está moviendo mis labios? Sé que juega con los de mi voz interior. Contamina, infecta mi sistema, me atrapa y envenena. Y no hago más que lamentar...
¿Quién se rinde ante sus pies? Somos dos; humo blanco y humo negro. Somos uno; humo gris y espeso, no existe manera de separación.
Entonces, me miro al espejo y pregunto, ¿Quién se para frente a mí?

domingo, 28 de febrero de 2010

Irónica realidad.

Sostiene una absurda teoría, completamente descabellada e ilógica, y sin embargo, se refugia en ella con la creencia de que esto tal vez amortigüe su caída. Burla a la sutil ironía, que frente a su nariz le explica que está solo y aquella única cosa a la que se aferraba no era sino un simple y propio pensamiento. Se ríe y tiembla de miedo, teme como todo ser humano, pero él teme que todo siga igual, y que el tiempo le dé razón a la ridícula verdad que se esconde detrás de una realidad.

Tierra.

Me cuesta creer que existe la suerte. No es tal vez sólo la razón de esto mi propia dependencia, sino que no tengo métodos para cambiarla. Me quedé sin salida, estancada. Buscar no basta, piso baldosas que parecen firmes, me apoyo y bailan. Me desaliento y tiembla mi cuerpo cansado de la esperanza. Se me van las ganas de intentarlo otra vez, respiro hondo y sigo. En mi lista no cuenta intentar, porque segura estoy de mi derrota. Ya no hay nada que pueda cambiar, y me duele un poco el pechito. Poco a poco se vuelve rutina, y ahora no tengo de qué preocuparme. Le veo la cara día a día, hoy no me asusta. Dije “nunca más”, sin embargo, en mi grisácea materia abundan las contradicciones y las volteretas. Ahora los “nunca” se convierten en “siempre”. “Siempre más”, lo saludo con buena cara, y por detrás escupo su espalda. “Buen día tristeza” le digo, y le escupo la espalda. Se ríe de mí y nos reímos juntos de mi hipocresía, los dos sabemos que nada va a cambiar. Y así de pesimista me veo en el espejo, entre vaivenes de palidez, ojerosa y desarreglada voy viviendo una vida que me desagrada. Me pregunto el sentido de todo esto, y me contesto a mi misma con otra pregunta. Así de triste se ve todo. Nada de psicólogos: pienso en ir a un oculista. Todo lo que veo es gris. Hasta que caigo en mi locura pasa un tiempo, el tiempo que vivo entre las nubes saludando a Marte y regalando caricias a la Luna. Ese tiempo es feliz porque no existe la lógica. Ese tiempo es feliz porque ni las nubes, Marte o la Luna me dicen qué pensar, me hice amiga de ellos. A veces me molesta que me manden de nuevo acá abajo, porque la Tierra no me quiere. Piso suelo y pienso en la suerte. Me cuesta creer que existe la suerte. Y ahora me dan ganas de pensar en la soledad. La mala de la tristeza me agarra de la mano y no me deja jugar con los demás, me dice que no tiene tiempo para ellos, que ahora se trata de ella. No me puedo oponer, sin embargo, no parece que le caiga bien.