viernes, 9 de enero de 2009

La fábrica.

Cuando dejamos a un lado la infancia, comenzamos un camino mucho más rico en experiencias. Tal vez no sean las etapas posteriores tan hermosas e irrepetibles -refiriéndonos a irrepetibles como algo inigualable ya que, de hecho, la adolescencia, la adultez y la vejez, no son etapas que se puedan repetir, cuentan con igualdades que no suceden en el caso de la primer parte de nuestra vida -como lo es la infancia, pero son etapas que pertenecen a la formación de nuestro ser. Un ser que comienza puro y armonioso al momento de nuestro nacimiento; un alma virgen, sin ningún conocimiento del mundo que la rodea; sus lados negativos y positivos.
Para formar nuestro ser, pasamos por etapas. Estas estapas anteriormente mencionadas, son las más largas, y a su vez, las más importantes en relación a dicha formación. Su importancia tiene mucho que ver con la cantidad inmensa de cosas que nos toca vivir, momentos de caída, momentos en los que nos levantamos y seguimos caminando felices y con paz, hasta volver a caer. Así nos formamos, de esta manera nuestro alma se nutre de experiencia, de conocimientos, de sensaciones y sentimientos.
Somos un producto de las cosas que la vida nos enseña, metafóricamente hablando nuestro nacimiento es la cosecha de la materia prima, durante nuestra niñez, nos adentramos en la gran fábrica, que luego en la adolescencia comienza su proceso durante el cual la materia prima deja de ser materia prima y al pasar por diversas partes de armado, de lavado, o lo que fuere, ya está lista para en la adultez enfrentar las partes finales, hasta que en la vejez termina su camino saliendo de la fábrica. La materia prima aún conserva su escencia, pero ha pasado por tantos procesos que se fue modificando, y está completa, es libre.
Las personas buscamos ese encuentro con el producto final durante toda nuestra vida, decidimos encontrar el alma pura y armoniosa que se instala en nosotros, pero no nos resulta un camino para nada fácil. Vivimos con el objetivo de encontrar esa paz, de encontrar felicidad, al fin y al cabo, encontrar ese alma. Pero, ¿por qué nos enfrentamos a angustias, a caídas, a la rabia, o a todo tipo de sentimientos que nos hacen sentir hundidos en lo más profundo de un pozo sin salida?
Eso es vivir. Esos son los procesos de la fábrica, sin ellos no hay producto final. No podemos prescindir de un conflicto, de piedras, o paredes, o pozos en nuestro camino para poder aprender a resolver, a saltar, a romper, o a salir. La vida es tan sabia que sola nos enseña a ser, y nos guía a encontrar eso que tanto buscamos. Sin caer, tropezar o como se quiera, no nos enriquecemos de fuerzas, de experiencias, de sabiduría, conocimientos. Sin ellos el mundo no sería tan complejo y hermoso. Pues sí, a pesar de que son momentos que continuamente evadimos, son momentos que deseamos muy lejos de nosotros, indirectamente tal vez, nos encanta ser parte de ellos. Mirándolo de una manera muy particular, cuando un temblor se acerca, nos hacemos fuertes. Sí, a veces nos caemos, tambaleamos, pero nos animamos a enfrentarlo, aunque parezca imposible, o uno no piense que lo hace, es así. Nuestro ser interior se va nutriendo de todo eso, y aunque estemos angustiados, penados y tristes, el ser que se encuentra muy dentro nuestro aprende, y se prepara para el final del temblor, para ahora sí, aguantar con más fuerza el que venga. Al final de todos estos procesos, de todos los pozos, los temblores, las paredes y las piedras ya no hay nada más en el mundo que nos pueda vencer.
La vida es tan sabia y tan hermosa cuando se ve así...

SLS