miércoles, 22 de noviembre de 2017

Niñez

Siempre sus ojitos me desvían la rutina. Es una suerte de admiración, o la melancolía que siento al saber que lo estoy perdiendo.
Yo los veo, los siento. Ellos miran, desarman, arman, vuelven a mirar. Sienten, se preguntan, se asombran, se animan a la curiosidad. Se animan a cuestionar. Se animan a reflexionar. No temen, porque no conocen el temor a la ignorancia. No conocen la ignorancia. No existe tal concepto para ellos. Respiran el mismísimo aprendizaje. Aprecian eso, aquello, todo lo que está a su alcance, y todo lo que no. Miran, observan y todos los sinónimos que esta lengua me permite.
Lo siento maravilloso, lo siento magnífico, a veces perdido. Me dejo llevar por esos ojos que no temen. Quiero alcanzar eso mismo. Quiero desarmar, armar.. olvidarme de que sé temer, temo no saber. Sé que la ignorancia es no poder. Sé que el conocimiento es poder. Con el tiempo aprendí a temer lo desconocido. Y con el tiempo dejé de ver, mirar, desarmar y armar. La culpa no es del tiempo, claro está.
Hoy me sentí una niña, otra vez. No podía parar de ver, mirar, querer entender. Me animé, me animé a desarmar. A preguntar, a no temer. Me animé a lo desconocido. Crecí, volví a ser niña otra vez. Feliz.

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