Atrapado en un laberinto
choca con paredes que no quiere ver.
Sufre y lamenta, quiere desaparecer,
y cada día en ese laberinto es un día menos,
porque las esperanzas de ser libre y vivir
se van cada vez más lejos.
¿Qué es lo que debe hacer para salir?
Conoce todos los caminos
pero ninguno es parte de su destino
para llegar al lugar de donde vino.
La única solución no aparece,
corre, grita, se tropieza,
vuelve a pararse y enloquece.
Esta soledad mata, esta soledad hiere,
ya no sabe qué más hacer.
Estruja sus manos y ve recuerdos florecer,
extraña y se pone a llorar:
en ese lugar no hay nadie, nadie a quien abrazar.
Los recuerdos lo alimentan,
la felicidad del ayer es su único sostén.
Y desea volver, el tiempo ver retroceder,
esas cosas que vivió, cada una de ellas
quiere volver a tener, junto a él,
como un tesoro cuidarlas,
y así darse cuenta que,
en su vida todo valió la pena,
que no era como creía,
que ahora todo lo perdía, lentamente
y que nunca pararían sus penas.
Cierra los ojos, y escucha la voz,
aquella voz que le enseño a querer
todas las cosas que esta tristeza le hizo ver,
esas que nunca imagino, esas que no quería mantener.
Una promesa a sí mismo entregó,
el laberinto todo le dio,
abrió los ojos y se vió en ese mundo que tanto extrañó.
Así esa pesadilla por fin terminó.
El otro amor.
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Dicen que a lo largo de nuestra vida, tenemos dos grandes amores; uno con
el que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus
hijos…...
Hace 11 años
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